1 de mayo de 2020
El proceso que propicia los cambios de comportamiento: una mirada científica
Todos nos vemos frente a muchas indicaciones nuevas estos días: distanciamiento físico. Lavarse las manos. Usar mascarilla. No tocarse la cara. Sin una vacuna ni un tratamiento universalmente aceptado para el COVID-19, cambiar esos comportamientos individuales son formas importantes de desacelerar la propagación del virus.
Los expertos en salud conductual tienen algo de perspectiva para aportar.
"La ciencia de la conducta nos ayuda a entender qué es lo que impulsa nuestros actos", dice el científico conductual, Dr. Michael Hallsworth. "El distanciamiento social, el lavado de manos y limitar tocarse la cara pueden ayudar a reducir la propagación del COVID-19, pero todos suponen retos para las personas. La ciencia de la conducta puede ayudarnos a mejorar la probabilidad de adoptar esas medidas".
Lo que está en juego es mucho. El COVID-19 es sumamente contagioso, se transmite a través de las gotitas que exhalamos al respirar, que ingresan al organismo a través de nuestros ojos, nariz o boca, y también pueden sobrevivir en las superficies. Cambiar nuestro comportamiento puede ayudarnos a "aplanar la curva", y garantizar que la propagación de los casos de coronavirus se extienda a lo largo de un período más prolongado en lugar de generar picos que pueden colapsar el sistema de salud.
¿Cómo se crea un hábito?
Hay tres factores que condicionan la conducta, explica Hallsworth: capacidad, oportunidad y motivación.
"Sin uno de estos tres factores, podría no concretarse el comportamiento", dice. Por ejemplo, "si nos sentimos muy motivados para lavarnos las manos pero no tenemos agua y jabón, faltan la capacidad y la oportunidad".
Si están presentes los tres aspectos que condicionan un comportamiento, debemos modificar los modelos mentales asociados a ese comportamiento que tenemos incorporados.
"Tenemos que combatirlos conscientemente para crear hábitos nuevos que se vuelvan fáciles y automáticos, para no tener que estar intentando hacer lo correcto", dice Hallsworth.
Pensemos en el hábito de tocarnos la cara, por ejemplo. De los tres, este es probablemente el comportamiento más difícil de modificar, porque se siente automático, es difícil de visualizar en relación con mantener una distancia de seis pies de una persona, y es una medida de salud pública relativamente nueva, a diferencia del lavado de manos. Hallsworth cita un estudio que revela que los adultos se tocan los ojos, la nariz o los labios 15 veces por hora en promedio, mientras hacen trabajo de oficina.
"Tocarse la cara parece ser una de muchas actividades que se volvieron no conscientes para poder liberar nuestras mentes conscientes para desmpeñar de manera efectiva otras tareas", dice.
Cómo cambiar los hábitos
La mejor forma de cambiar este tipo de conducta tan arraigada es a través de conductas que la sustituyan, obstáculos físicos y repeticiones. Por ejemplo:
- Si debe tocarse la cara, Hallsworth sugiere comportamientos sustitutos como usar un pañuelo de papel o restregarse los ojos o la nariz con el dorso de la muñeca o del brazo, áreas que pueden estar menos expuestas a infecciones que los dedos.
- También recomienda crear obstáculos físicos, como usar anteojos en lugar de lentes de contacto, usar guantes, mantener las manos en los bolsillos o cruzarse de brazos.
- Por último, Hallsworth recomienda la repetición: "intente imponerse una regla, por ejemplo: 'al mirar mi teléfono, pondré mi otra mano en el bolsillo', o 'si estoy en una reunión, me cruzaré de brazos'", dice. En el caso del lavado de manos, convierta en regla lavarse las manos antes que cualquier otra cosa al llegar a casa desde afuera y antes de preparar una comida. "Con la repetición, el comportamiento se vuelve automático y se crea un hábito nuevo", dice.
Las empresas de tecnología están trabajando en formas de colaborar con estos tipos de cambios en la conducta, por ejemplo con pulseras inteligentes que vibran cada vez que se toca la cara.
"Ya estamos observando innovaciones destinadas a ayudar a las personas a mantener distancia en las tiendas, y dispositivos nuevos para evitar tocarnos la cara. Necesitamos empezar a compartir esas ideas rápidamente y a evaluar cuáles funcionan", dice Hallsworth.
Pasos pequeños y constantes y unas comunicación clara
Hallsworth añade que necesitamos resguardarnos de lo que llama ""efecto permiso', que implica que como hacemos un esfuerzo por hacer lo correcto en un área, sentimos que nos libera para ser menos virtuosos o sensatos en otra". Por ejemplo, podemos ser muy diligentes con el tema del lavado de manos y entonces suponer que no es necesario que mantengamos una distancia de 6 pies de otras personas.
"Es posible que ni siquiera nos demos cuenta de que lo hacemos, y las desventajas de esos permisos que nos damos pueden ser mucho más grandes que el beneficio original", dice.
Sus estudios también demuestran la importancia de instar a la gente a incorporar comportamientos simples cuando hay una crisis: "cuando las personas están preocupadas por lo que perciben como una amenaza, su capacidad de procesar la información de manera efectiva se puede ver afectada, lo que significa que es esencial comunicar de manera clara y precisa. Comunicar instrucciones sencillas, fáciles de recordar, aumenta la probabilidad de que la gente las siga", dice.
Ese es el motivo detrás del bombardeo constante de los funcionarios de salud pública que nos instan a tomar medidas sencillas como usar mascarillas, lavarnos las manos, mantener distancia y no tocarnos las caras para prevenir una mayor propagación del coronavirus. En definitiva, son estos cambios pequeños de comportamiento los que nos pueden salvar.
¿Le resultó informativo este artículo?
Todo el contenido de Coverage se puede reimprimir gratis.
Lea más aquí.